Día de los Fieles Difuntos, 2 de Noviembre

En el mundo prehispánico, la concepción de la muerte jugaba un papel fundamental, gran parte de los rituales e incluso de la vida cotidiana estaba referida a la voluntad y la acción de los dioses del inframundo. Dioses como Mictlantecuhtli, Coatlicue, Cihuateteo, Tepoyolotli y Chalchiutlicue eran venerados pues en ellos quedaba el destino de los muertos.

Aunque había una diferencia esencial entre las clases sociales, pues a cada una de ellas correspondían rituales diferentes que acercaban a los difuntos con sus deidades. Así, los de mayor rango pertenecían a los personajes importantes como de la población guerrera, artesanos y sacerdotes. En cada uno existían objetos relacionados con la actividad del muerto. En las tumbas encontradas en la Pirámide del Sol en Teotihuacán se han descubierto diversos objetos de cerámica, urnas funerarias, para incienso, etc., que son representativos del interés de la sociedad por preservar en el inframundo las condiciones más idóneas para completar su tránsito.

En cada una de las culturas que se desarrollaron en el México prehispánico la muerte tiene una papel central, por lo que no es extraño encontrar en los enterramientos de mayas, toltecas, zapotecas, entre otros, espacios destinados a contener los restos humanos y sobre todo, ritualísticos que tienen el objeto de facilitar el tránsito e incluso el vencimiento de fuerzas adversas al destino final que se alcanza al lado de los dioses en el universo.

Después de la llegada de los españoles, para el proceso de evangelización fue mucho más sencillo adoptar muchas de las creencias prehispánicas que ya sea por voluntad de la iglesia o por imposición de los grupos indígenas, los que no aceptaron del todo la modificación radical de sus ideas creando una concepción propia de dogma cristiano como fue la muerte, la resurrección, la idea del paraíso, en el que el papel de la vida más allá de la muerte preexistió de forma natural por la carga cultural ancestral.

Ya dentro del sincretismo de la etapa colonial, la muerte adquiere además, un carácter festivo, dual y complejo. Por un lado, el papel de los vivos es ayudar al tránsito del difunto hacia el paraíso, una vida mejor, pero del que no se desprende del todo, puesto que ha de regresar en la fecha de los fieles difuntos para departir con los vivos, con los familiares y amigos, y quienes le recuerden.

Es indispensable recordar la reflexión de Octavio Paz sobre la muerte en la cultura mexicana. Él nos recuerda que el mexicano tiene con la muerte un trato familiar. Juega con ella en marionetas o entierritos de garbanzos, de cuyo ataúd sale un alegre cadáver con la botella en la mano; se la come en calaveras de azúcar que llevan su nombre en la frente o en el pan de muertos; se regocija con los tabloides especiales, “las calaveras” que en verso comentan satíricamente las actividades de personajes conocidos en el supuesto momento de su muerte.

El día dedicado a los muertos se colocan altares con comida y golosinas, adornados con flores, velas e incienso destinados a agasajar al espíritu de los familiares desaparecidos. Se adornan las tumbas que se velan con el acompañamiento de música.

Y es que para el mexicano, heredero de las culturas prehispánicas que estaban libres del terror del infierno, la muerte no es la negación de la vida, sino una parte complementaria de ella, algo necesario para que la energía vital vuelva a renacer con más fuerza.

A lo largo y ancho de la República Mexicana, cada pueblo ha desarrollado de forma particular esta conmemoración. Dentro del marco cultural indígena de Michoacán, se alistan para celebrar la tradicional Velación de Muertos la noche del 1 de noviembre, ritual esplendoroso que atrae a miles de turistas nacionales y extranjeros por su organización y colorido.

El mundo de los muertos en Michoacán, no constituye una manifestación aritificiosa y escenográfica de los vivos durante el ritual, sino la vocación de quienes, en un rasgo de creencia pagano-religiosa, llevan hasta la tumba la ofrenda símbolo de recuerdo y presencia a la memoria de sus seres ausentes físicamente.

El espectacular evento nocturno ha arrastrado una profunda solemnidad de ultratumba en varios pueblos, principalmente de la influencia lacustre, donde habitan los purépechas. Aquí más que dolor y llanto, es gozo, fiesta y tributo ante la muerte. No es una tragedia, es felicidad. Para los indígenas michoacanos los muertos comen, hablan, caminan, hacen viajes y se comunican con los vivos, Para ellos la muerte es eternidad y la vida es sólo un paso hacia el verdadero mundo de luz.

Como su antaño, hoy en día cerca de 30 pueblos indígenas de las etnias purépechas, náhuatl, mazahua y otomí, viven un ambiente de fiesta. Las almas de ultratumba se alistan para presentarse y los vivos se congregan ante los despojos mortales de los desaparecidos.

Destacan por su arraigada tradición las celebraciones en la Isla de Janitzio, y los pueblos de Pátzcuaro, Tzintzuntzan, San Pedro Tzutumutaro, Ihuatzio y Jarácuaro, así como Mixqui, Xochimilco, y el Estado de México, donde se congregan miles de visitantes para contemplar el impresionante espectáculo.

Octavio Paz opina de la cultura de la muerte que, a través de la fiesta la sociedad se libera de las normas que se ha impuesto. Se burla de sus dioses, de sus principios y de sus leyes: se niega a sí misma. Es una revuelta que gracias a ellas el mexicano se abre, participa, comulga con sus semejantes, incluso con los muertos, y con los valores que dan sentido a su existencia religiosa o política. La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, y tentativas que es cada vida, las encuentra en la muerte.

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Artículo Producido por el Equipo Editorial Explorando México.
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Foto: Esparta